jueves, 29 de diciembre de 2011

El Monumento a los Saineteros Madrileños

Resulta curioso que existan lugares de Madrid sin nombre. Casos como éste lo encontramos paseando por la calle Luchana, al llegar a la confluencia de Manuel Silvela con Francisco de Rojas, donde encontrará el transeúnte una bella plaza ajardinada sin bautizar repleta de pequeños bancos en cuyo centro se ubica un monumento. Es el denominado “Monumento a los Saineteros Madrileños”, obra del escultor sevillano Lorenzo Coullaut-Valera (sobrino del escritor Juan Valera, autor de Pepita Jiménez), que data del año 1913. Una placa sorprendentemente bien conservada, y situada a los pies de la escultura, reza lo siguiente en caracteres mayúsculos:


 MONUMENTO A LOS SAINETEROS MADRILEÑOS
OBRA DE LORENZO COULLAUT-VALERA
AÑO 1913
LOS BUSTOS REPRESENTAN A RAMÓN DE LA CRUZ,
RICARDO DE LA VEGA, CHUECA Y BARBIERI.
LOS BAJOS RELIEVES ESCENIFICAN OBRAS DEL GÉNERO.
CORONA EL MONUMENTO UN GRUPO FORMADO
POR CHISPERO, MANOLA Y UNA PAREJA TÍPICA
DEL MADRID CASTIZO DEL SIGLO XIX


En efecto, distinguimos en la parte superior del elevado monumento, coronándolo, un grupo típico del Madrid chispero; más abajo, en la parte central y sobre pedestales, se encuentran los bustos en plomo de los cuatro mayores saineteros de la historia (dos libretistas y dos compositores); por último, el pie del monumento es circundado por cuatro bajorrelieves, igualmente en plomo, que representan escenas correspondientes a cuatro títulos líricos de cada uno de los autores: Las castañeras picadas de Ramón de la Cruz, Pan y Toros de Francisco Asenjo Barbieri, La canción de la Lola de Federico Chueca, y La Verbena de la Paloma de Ricardo de la Vega.

El alcalde de Madrid en aquel año, Francos Rodríguez, fue el encargado de inaugurar este monumento dedicado a inmortalizar la memoria de cuatro figuras fundamentales del sainete madrileño hasta esa fecha. No olvidemos que los hermanos sevillanos Álvarez Quintero y el valenciano Carlos Arniches aún estaban triunfando por aquellos años con sus celebrados sainetes líricos.


La primera de las zarzuelas en el tiempo representadas en los cuatro bajorrelieves, Las castañeras picadas, se remonta a mediados del siglo XVIII y es obra del dramaturgo madrileño Don Ramón de la Cruz, autor prototípico del sainete castizo. De la Cruz reaccionó contra el italianismo imperante de su época con una auténtica renovación del género zarzuela, estableciendo su estructura básica en la que se alternan partes habladas y cantadas, así como la españolización y popularización del mismo.

Las características de esta zarzuela moderna estaban señaladas por la creación dramática de ambientes típicamente castizos, la presencia de tipos populares y el empleo de un lenguaje sencillo y llano, pródigo en giros del habla cotidiana. Todos estos elementos dieron forma al sainete, pieza breve con carácter de comedia costumbrista de lenguaje popular y originario de Madrid.

Obras significativas de Ramón de la Cruz, aparte de la que se le dedica en el bajorrelieve del monumento, son: La Briseida, considerada como la primera obra representativa de su reforma, Las segadoras de Vallecas (ambas con música de Antonio Rodríguez de Hita), La mesonerilla (Antonio Palomino), Los zagales de Genil (Pablo Esteve), Las labradoras de Murcia (de Rodríguez de Hita, recordada por su jota murciana) y Clementina (con música del famoso compositor italiano afincado en Madrid, Luigi Boccherini). Ramón de la Cruz se apoyó en compositores creativos y capaces de crear una música liviana, festiva y cercana al sentir del pueblo.

Respecto a Las castañeras picadas señalar como curiosidad una de las pocas referencias literarias que disponemos de la obra: el genial escritor Benito Pérez Galdós en el capítulo XXI de su segundo Episodio Nacional, La Corte de Carlos IV, cita unas coplillas de esta zarzuela (y de otras de Don Ramón) en boca de doña Pepita González, la distinguida cómica del Teatro del Príncipe para la que trabaja como criado el protagonista de la novela, Gabriel de Araceli, una perfecta muestra de que en general los sainetes de Ramón de la Cruz estaban en el ambiente popular a finales del XVIII (1787):

"Donde yo campo
ninguno campa.
A bailar el bolero
y asar castañas
apuesto todo el orbe
con la más guapa.
Dale que dale
sueñen las castañetas,
rabie quien rabie"


Pan y Toros vio la luz en el Teatro de la Zarzuela el 22 de diciembre de 1864 y representa el paso previo a la completa españolización del género lírico nacional, proceso culminado diez años más tarde con el estreno de El barberillo de Lavapiés. En esta zarzuela aún percibimos una notable influencia italiana, y aunque a Barbieri no se le puede considerar estrictamente un sainetero, siempre introdujo ritmos castizos en sus obras como boleros, pasacalles o seguidillas (curiosamente en el concertante final del acto segundo de Pan y Toros encontramos una interesante muestra de ritmos de tonadilla).

Barbieri contó para esta zarzuela con la colaboración del arquitecto José Picón, que elaboró un libreto ambientado en el intrigante reinado de Carlos IV, combinando personajes históricos reales como el pintor Francisco de Goya; el valido del rey Manuel Godoy; su amante Pepita Dudó; el político Gaspar Melchor de Jovellanos, o la actriz María del Rosario Fernández, “La Tirana”, con inventados, como la Princesa de Luzán o el Capitán Peñaranda.

El libro le dio a su autor no pocos sinsabores, ya que la propia Reina Isabel II prohibió en 1867 la representación de la obra por no tolerar ciertos versos del llamado “pasacalle de la manolería”, por miedo a que su contenido incitara a la revolución popular. La monarca, ante la tensa coyuntura política y social, preveía una revolución, y no se equivocó, ya que sólo un año más tarde “La Gloriosa” acabaría con su reinado. Los versos de la discordia eran:

“España ha de ser libre,
libre Castilla,
mientras haya en España
manolería.
Que todo chulo maneja
la guitarra
como el trabuco

Evidentemente estos versos propugnaban la revuelta liberal armada, en respuesta a una situación gubernamental insostenible (especialmente tras la trágica “Noche de San Daniel” de 1865) con dos militares reaccionarios en el poder, O’Donnel y Narváez. Pese a que la obra fue vetada, Picón envió una respetuosa y servil carta a Isabel II, pidiéndole encarecidamente que restableciese su obra. El bueno de Don José no consiguió más que una cantidad monetaria para el Teatro de la Zarzuela, en concepto de daños económicos motivados por la prohibición, pero afortunadamente al estallar la Revolución el veto sobre la obra se levantó. No hay mal que por bien no venga.


La canción de la Lola, sainete lírico en un acto, de Federico Chueca y Joaquín Valverde, es una de las primeras obras líricas que inaugura el esplendor del género chico, o “teatro por horas”. Aunque fuera únicamente por ello la obra mereció figurar en el monumento de Coullaut-Valera.

Fue estrenada en el Teatro Alhambra de Madrid el 25 de mayo de 1880, y significó la catapulta del éxito no sólo para sus autores musicales, sino para el libretista, don Ricardo de la Vega, los mismos triunfos que cosecharía años más tarde con obras como El año pasado por agua (1889), y sobre todo con La verbena (1894).

La canción de la Lola, originariamente titulada La camisa de la Lola, un título desechado por temor a provocar problemas con la censura, realiza un exhaustivo a la vez que noble retrato de tipos y situaciones del Madrid costumbrista de finales del XIX, todo ello amalgamado con la innegable frescura y elegancia de la música.

Una de las particularidades de la zarzuela es que no requiere grandes exigencias vocales a los cantantes, ya que el protagonismo recae, como ocurriría con otras zarzuelas de género chico, sobre la interpretación actoral. De esta obra olvidada en los escenarios únicamente ha quedado el coro “con el capo tin tin tin, que esta noche va a llover”.

 

El 17 de febrero de 1894 significó un acontecimiento histórico para el género chico. El Teatro Apolo subía a escena un sainete lírico de un joven compositor muy influenciado por la ópera, curiosa paradoja. Ya le había manifestado sus dudas el maduro Barbieri a Ricardo de la Vega al enterarse de quién iba a poner música al sainete de éste, tras haberse negado previamente Chapí y luego Chueca, por hacer causa común con el de Villena: “Ricardito… ¿Un sainete tuyo en manos de un operístico? El Sr Bretón no tié ropa”.

A pesar de estas reservas del maestro Barbieri y los miedos del propio Tomás Bretón, - nunca había musicado en su vida un sainete lírico llegando a manifestar el día del estreno al concertino de la orquesta cuando empuñó la batuta: “creo que me he equivocado”-, la obra fue un éxito arrollador, convirtiendo a su autor musical en uno de los más populares de la época. Lamentablemente, el maestro Barbieri no pudo percatarse de su error sobre la valía de Bretón como compositor de zarzuelas, al fallecer dos días después del estreno de la obra. Crueldades del destino.

Al sonado éxito del sainete contribuyó la intervención del maestro Chueca (a pesar de su espantada respecto a negarse a componer la música del libro de Ricardo de la Vega) que en el proceso compositivo de la obra, apenas unos 19 días, sugirió al salmantino que la frase de las famosas seguidillas:

"Por ser la Virgen
de la Paloma
un mantón de la China
te voy a regalar"

resultaría más garbosa y encajaría mejor en la música añadiendo a la palabra “China” la repetición de su última sílaba: “China na”. Maestro perspicaz y chispero hasta la médula, Don Federico.


La historia de El boticario y las chulapas o los celos mal reprimidos, subtítulo del sainete, narra un hecho real. Fue contada en primera persona por el principal protagonista al propio libretista Ricardo de la Vega. El cajista de imprenta que se iba a convertir en el Julián de la obra, confió su desazón amorosa al libretista con todo lujo de detalles. Aunque éste, como es natural, añadiría bastante de su consabido ingenio e invención literaria.

En el correspondiente bajorrelieve del monumento reconocemos perfectamente la escena concreta de la Verbena: Julián agrediendo al viejo boticario Don Hilarión ante el estupor de Casta, Susana y la Tía Antonia, o sea, el famoso concertante que comienza con la inmortal frase: “¿Dónde vas con mantón de Manila…?”, pero justo en el momento en que Julián impreca a Susana “¡Pues eso ahora mismo lo vamos a ver!”, cuando ella le asegura que se va de verbena y a los toros de Carabanchel con el boticario.
                                                                                                                       
Les animamos a acercarse al “Monumento a los saineteros”, ya que merece la pena contemplar, aunque sea alegóricamente, algunas de las obras y autores que hicieron inmortal a la zarzuela madrileña.

  
Artículo publicado en el nº 16 de la Revista "La Zarzuela" de la Fundación de la Zarzuela Española

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