viernes, 25 de mayo de 2012

Estampa agridulce del Madrid finisecular

El tiempo no pasa en balde. Pero para el montaje que en 1988 presentó Gerardo Malla en el Teatro de la Zarzuela para La Chulapona de Moreno Torroba parece que no han pasado los años. No ha habido necesidad de limpiarle el polvo por encima o de aplicarle una capa de barniz, ya que se mantiene impoluto y más limpio que los chorros del oro.


Como las piezas en un engranaje hábilmente diseñado, los elementos que integran esta veinteañera producción encajan a la perfección: absolutamente todo está donde debe de estar y nada chirría o desentona. Un marco inmejorable para este reflejo nostálgico que en el convulso 1934 elaboran Romero y Fernández-Shaw del Madrid castizo finisecular en el cual triunfaban las chispeantes melodías de Chueca y Valverde o Fortunata sufría en silencio sus lances amorosos como sufre los propios la Manuela protagonista de este melodrama. Todo por culpa de ese tarambana de José María, un galán a caballo entre el cariño de dos mujeres diametralmente opuestas que no se alejan demasiado de las retratadas por Galdós en su magna obra literaria.

Y es que todo sigue estando perfectamente reflejado en esta producción, a nivel visual: el desfile de casticismo y tipismo madrileño tratado con asombrosa simetría en los números de conjunto o la bohemia decimonónica en la magistral escena del Café de Naranjeros con un número flamenco impagable (escenografía y figurines obra del tristemente fallecido Mario Bernedo). Elementos todos que hacen prevalecer las más puras esencias de este sainete lírico madrileño y por extensión de la zarzuela como nuestro más digno y auténtico género musical. Los que realmente lo apreciamos haremos oídos sordos cuando la progresía artística considere que este tipo de montajes muestran la cara más casposa y trasnochada de un género al que aborrecen.


Se ha conservado en el primer reparto a las dos protagonistas femeninas que estrenaron 24 años atrás esta exitosa producción: Milagros Martín como Manuela y Carmen González como Rosario. Los años han pasado para ambas, ya no son aquellas dos jovencitas que despuntaban en el género zarzuela asombrando al aficionado en sus respectivos debuts en este Teatro, ya son consolidadas intérpretes; Milagros ha dicho entre risas en alguna que otra entrevista que en 1988 era "la Chulaponcita" y ahora es "la Chulaponaza". Lo cierto es que actoralmente siguen manteniendo el componente dramático de sus respectivos personajes: Manuela, una afanosa maestra de un taller de plancha, chula de rompe y rasga pero amante de hacer buenas obras hacia los demás, y Rosario, una oficiala a su cargo, envidiosa, que se enamora del novio de su ama y se lo arrebata, arrepintiéndose al final e implorando el perdón de Manuela.


Milagros Martín como actriz desborda a todos sus compañeros de reparto, es una todoterreno: la capacidad de intromisión en el personaje es absoluta, llegando a recrearlo de forma totalmente creíble, y más cuando se trata de uno tan bien perfilado en lo psicológico como es esta Manuela. A ello se une el cariño que especialmente profesa por él, ya que fue con el que debutó y en cierta medida ella es la auténtica Chulapona de este montaje. La experiencia le ha dado a Milagros un enriquecimiento y una madurez a su personaje del que podría carecer hace 24 años. En lo vocal, ya que la partitura no posee grandes exigencias, ha conseguido mantenerse muy dignamente, aunque en ocasiones su voz se oscurezca demasiado, la dicción escasee y el vibratto llegue ser un tanto excesivo.

Su antagonista, Carmen González, continúa conservando el bellísimo timbre vocal de soprano lírico-ligera del que podemos gozar en la grabación que efectuó de La zapaterita del maestro Alonso, precisamente también por aquellos finales de los 80. Aunque se notó que la voz empezó muy fría y algo insegura, diluida en la orquesta en el número inicial con las planchadoras ("Las chicas de Madrid") junto al gran Jesús Castejón (¡vaya, su expareja!), la verdad es que su melodiosa voz fue evolucionando, brindando un aceptable dúo del pañuelito y casi al final de la obra,  estuvo especialmente emotiva y expresiva en el desgarrador dúo entre las dos mujeres rivales.


Es esta una de las pocas zarzuelas donde no existe un barítono protagonista, y el puesto de éste, ya que la historia gira en torno a un triángulo amoroso, es un tenor. El galán, y otra palabra no le podría definir mejor, fue en esta ocasión el jovencísimo Marcelo Puente, una timbrada y varonil voz de tenor lírico con una gran potencia en el agudo y una notable capacidad para frasear y apianar sobrecogedoramente. Escasamente ovacionado, interpretó la bellísima romanza "Noche madrileña" del acto II para erizar el vello.

 

El barítono Luis Álvarez siempre es efectivo actoralmente en cualquier papel que se le dé, y más cuando tiene algunas breves partes cantadas como éste de actor-cantante. Defiende un maduro señor Antonio (propietario del Café) con dignidad, siendo el adecuado apoyo moral que necesita Manuela en sus despechos amorosos. El no menos efectivo actor y tenor cómico Jesús Castejón regala un dicharachero y extrovertido Chalina como él sabe hacerlo, personaje que ha heredado de su ilustre progenitor, ya que fue el admirado Rafael Castejón el que lo interpretó en la primera puesta en escena de este montaje.

 

El tenor cómico Carlos Crooke da los adecuados toques de chispa humorística como Juan de Dios, el hermano de Manuela, que no tiene cuartos para sustentar a su docena de hijos. El responsable del montaje escénico, don Gerado Malla, ha participado también como personaje en esta reposición de su gran Chulapona. Ha sido el don Epifanio (padre secreto de Manuela). Con este maduro personaje ha sabido recoger espléndidamente el testigo del entrañable actor cómico Luis Barbero, que lo interpretó en 1988.


Y la gran sorpresa: Charo Reina como la señora Venustiana. La verdad es que ha sido sorprendente comprobar cómo esta señora puede llegar a dejar sus querellas en los platós de Sálvame Deluxe y meterse en un personaje de actriz característica de zarzuela bordándolo. Así de simple. Una Venustiana andaluza, por su deje, con un histrionismo (en el buen sentido) y una mala leche por los cuatro costaos. De órdago la que arma esta señora en escena, repartiendo tortas a diestro y siniestro: casi le estampa de veras el abanico en la cara a su deudor monetario, el señor Epifanio, en el Café de Naranjeros. Que me lo creo del todo, vamos. No se ha visto nada igual desde hace años en este Teatro. Recomiendo desde aquí a los gestores líricos que piensen en ella para la señora Antonia cuando deseen poner en escena La verbena de la Paloma.

La parte cantada del cuadro flamenco en la escena del Café que en esta producción sustituye a la Petenera que Moreno Torroba escribió, lo interpreta la cantaora Eva Morán, apoyada por micrófono, cuadro que cosechó grandes aplausos y demasiados flashes.


Lección de canto una vez más de los integrantes del Coro del Teatro de la Zarzuela; por su parte, el maestro valenciano Miquel Ortega ha sabido dotar a la partitura del sello genuino de su autor. La Chulapona no tiene la categoría de obra maestra de Luisa Fernanda, aunque ambas comparten ese final agridulce de dolorosa renuncia a un amor para quedarse con otro. No obstante, sus bellas melodías, combinando estilos (habanera, pasodoble, chotis, guajira) hacen de ella un título fundamental de la zarzuela grande madrileña, que sigue manteniéndose joven y lozano en este su ya clásico montaje contemporáneo.

Programa de mano

Libreto


Milagros y Carmen magníficas hace 24 años en el dúo final




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