sábado, 6 de abril de 2013

La cosmogonía musical de María de Alvear


Cuenca. 27/03/2013. 52ª Semana de Música Religiosa. Iglesia de la Merced. Escolanía de la Ciudad de Cuenca. Ars Choralis Coeln, Atelier Gombau, Carlos Lozano, barítono; Carlos Cuesta, dirección; Ana de Alvear, vídeo. María de Alvear: Magna Mater (estreno absoluto).



Como cada año, la Semana de Música Religiosa de Cuenca encarga una obra de música contemporánea a un compositor actual de relevancia y reconocido prestigio artístico para ser estrenada en uno de los escenarios del festival. En esta edición número 52, la organización del festival ha efectuado dicho encargo a la compositora madrileña afincada en Colonia María de Alvear (1960): el fresco sonoro de carácter panteísta Magna Mater. La autora ha contado con la colaboración de su hermana, Ana de Alvear, la cual ha elaborado un vídeo que acompaña el transcurso de la composición musical. En el ambiente musical de la Semana conquense este estreno absoluto gozaba de verdadera curiosidad y expectación.

Como ha asegurado María de Alvear, “a las dos nos gusta el funcionamiento o la cosgomonía de la existencia”. El espacio sonoro para las dos es un elemento fundamental, ya que les dicta cómo va a ser su composición, en este caso la Iglesia-Convento de la Merced, habilitado como biblioteca. La metáfora de los libros, dispuestos en anaqueles, les sirve a las dos autoras para desarrollar “un cuento sobre la temporalidad”, como se subtitula la obra.

María de Alvear contó para su obra con las voces blancas de la Escolanía de Cuenca (dispuesta en dos escaleras superiores de la biblioteca, a ambos lados del escenario, a la manera de una performance), de cinco voces femeninas de la schola Ars Choralis Coeln, del conjunto instrumental Atelier Gombau, y del barítono Carlos Lozano, los cuales desgranan un texto simbólico en cuatro idiomas diferentes: español, alemán, latín e inglés, junto a un lenguaje de carácter primitivo inventado por Alvear llamado Moadou, que según ella, “pudo haber sido hablado hace 100.000 años por nuestros ancestros comunes”.

Magna Mater oscila armónicamente entre diferentes escalas y afinaciones, creando texturas tímbricas y efectos acústicos de gran vehemencia y expresividad, especialmente por el contrapunto de sonidos que se va desarrollando entre las voces blancas y las de las sopranos. Dos masas vocales que somete a una enorme exigencia, emitiendo frecuentemente notas infinitas y agudísimas, que crean superposición de planos sonoros. La autora consigue un juego persistente entre, por un lado, el canturreo de la Escolanía que va dictando los años de la humanidad con la entonación de los niños de San Ildefonso y una retahíla recitada de verbos en infinitivo; y de otro, las vocalizaciones de las sopranos, que acercan la pieza a la idiosincrasia del canto gregoriano. El barítono, en ocasionales recitados, actúa como una especie de narrador profético.

Aunque la obra es eminentemente tonal, sería más correcto hablar de microtonalidad, ya que son células armónicas o rítmicas que van apareciendo y repitiéndose esporádicamente, con el trasfondo instrumental de una orquesta de cámara cuya sección percusiva (campanas y gongs) adquiere especial protagonismo en ciertos pasajes, creando tensión y cierto dramatismo. En la presentación de su obra la mañana antes del estreno, María de Alvear habló acerca de la creación de interferencias sonoras, el denominado fenómeno spinning sound o sensación de sonido instalado en el espacio, con el que ella experimenta en esta obra.

El carácter ambiental de la pieza, de un fuerte componente minimalista, produce en el espectador una sensación de intemporalidad, mientras el evocador y alegórico vídeo de Ana de Alvear (de unos 50 minutos de duración en sincronización con la música), visionado sobre los anaqueles y la cúpula frontal de la iglesia, va mostrando el proceso evolutivo de la naturaleza, realizando un recorrido por todas las estaciones y sus fenómenos atmosféricos. La inesperada caída de un enorme meteorito (símbolo de las catástrofes naturales que aniquilan el conocimiento) prenderá fuego a las paredes de la biblioteca, para ser luego la lluvia la que extinga el incendio, que a su vez dará paso al lento y progresivo crecimiento de brotes vegetales.

La pieza posee unos primeros minutos de gran impacto en el subconsciente del oyente, ya que se ve imbuido por el audaz tratamiento vocal y tímbrico, pero llegado un momento las fórmulas rítmico-armónicas se repiten y se enzarzan en sí mismas creando una sensación de saturación auditiva creciente. El círculo musical al que Alvear atrae a las voces en su experimentación sonora, a la que ayuda la acústica de la iglesia, no cesa de girar sobre sí mismo, y el agotamiento y el bloqueo mental comienzan a aflorar a la superficie.

Encomiable el trabajo de los niños de la recientemente creada Escolanía Ciudad de Cuenca que lidera Carlos Lozano, muy disciplinados a pesar de algún despiste en las entradas, quizá lo más meritorio de este estreno, ya que se percibió un arduo trabajo en preparar su compleja parte que requiere de una gran coordinación con las sopranos del Ars Choralis Coeln (soberbias, por otro lado) en entonar con asiduidad unas notas que en ocasiones rozan el límite agudo de lo que puede tolerar un tímpano adulto.

Ese viaje místico del ser humano por su conocimiento acumulativo a través de la naturaleza (que corrige dicho conocimiento) no fue idílico técnica y audiovisualmente hablando: la autora musical tuvo que interrumpir en los primeros minutos la ejecución de su propia obra dirigiéndose al público, ya que no se percibían correctamente las imágenes del vídeo de su hermana, y durante todo el transcurso de la obra las luces de los pasillos de la biblioteca se encendían y apagaban sin ningún control. Quizá sometidas a un albedrío de la divinidad, quién sabe.

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